viernes, 8 de enero de 2021

A Borges

A Jorge Luis Borges.

 

Lo mató la ceguera

su búsqueda al otro lado de las estaciones

el río de La Plata, los gauchos

y toda negación de sí

como síntoma de eternidad.

Ha muerto sin barreras en su destino

perpetuo, ajeno de voluntades

molécula destinada a ser pensamiento

o un enigma en la virtud de otros.

Murió una mañana de 1917

por la inalterable fatalidad de las hechos

y una bayoneta que penetró

el costillar de la razón, la verdad

los universos donde él se repite

como una maldición en el borde de la noche.

Murió en el ´45 con la voluntad de un salmo

y la frescura del rocío

                             en párpados apenas visibles

que siglos atrás contemplaron el fuego en Troya;

anticipo de la pólvora y los rostros

                                     que debemos olvidar.

Murió en Bayamo, París, Ginebra

o en cualquier ciudad donde existan letras

que recuerden su nombre

que transgredan la voz

que inmovilicen un atardecer.

Ha muerto, sin dudas

para recordarnos

que la vida es círculo, palabra de Dios,

un verso, la lluvia, el gusano y la seda,

dos cuerpos, el deseo, los vinos,

la ansiedad en el transcurso de lo cotidiano.

Lo mató la noche a sus espaldas

y los rostros del mundo

inclinándose ante él. 

 

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